martes, 10 de septiembre de 2013

A new beginning

Paso mucho tiempo. Mucho tiempo en unidades femeninas, claro. Di por sentado que se habia terminado el no-romance Lo viví con cierta nostalgia poética, no sin algo de picardía. No dejaba de ser un divertimento diario. La historia del día, cada día. Un bálsamo de picardía para llevar más amenamente, la lucha de asistir al día a día.

Fueron 9 semanas. La distancia la marco la aparición de mí no príncipe, en una jornada familiar donde sobre mí se marcó territorio, y sobre la que el impacto lo marco a fuego. Ver al hombre y a la niña, a los protagonistas de mis suspiros, le mostro que este corazón tiene pertenencia, y acotó mortalmente sus esperanzas de que algo clandestino entre nosotros sucediera.

Y fue así, que los saludos se espaciaron. Que las visitas al depósito mermaron por las nuevas medidas de seguridad para su acceso, que hicieron de la visita social, una tarea absurda. Que los encuentros casuales, dejaron de sucederse sin ningún tipo de motivo inducido. La historia dejo de suceder O quizás siguió siendo en niveles de invisibilidad insospechados.

Hasta hoy.

Como hace muchas mañanas que no, a las 08.23hs, la herramienta de fichado marco el presente para Matias. Se realizó de ordinario, el intercambio habitual de saludos amables, y comentarios relacionado al recientemente caluroso clima.

Una vez que se alejó de la ventana. Di por finalizado el que creí, sería el único encuentro de todo el día. Pero no se conformó. Aun estando sola en la oficina, se acercó sin vacilar hasta acomodar su mano a la altura media de mi espalda, solo dejándome la posibilidad de saludarlo como si escondiera el rostro entre su hombro y su cuello, como contenido por la virilidad que agravando su voz al pronunciar mi nombre, entiendo, pretendió demostrar. Para dejarla como una sensación, así como se dejan los rastros de perfume en el aire.


Con actitud desprendida, no acuse sus intenciones subcutáneas, y me apoye en la inocencia que hace mucho ya no tengo, para cerrar la situación con la cintura de siempre. Pero no se iba. Se quedó en el umbral de la puerta, mirándome fijo, sin que supiera que percibía con claridad su mirada. Estaba atorado entre la situación cerrada que a nada lo convocaba ya cerca mío y la necesidad de pronunciar lo que mascullaba en su boca entreabierta. “Gi, que linda que te queda la remera”. Y ante un sonrojado gracias de esos que uno trata de decir como si costara, una sonrisa pícara con la mirada escondida en el monitor, y un intercambio de incomodos pero ya conocidos silencios, se retiró.


Y sonó música de fondo, como en las películas, cuando sobre el final de la historia, la escena indica que todo volvió a empezar.

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